Leed estos poemas sobre Dafne prestando
especial atención a cómo se (re)trata a la ninfa.
Soneto XIII,
Garcilaso de la Vega
A Dafne ya
los brazos le crecían,
y en luengos
ramos vueltos se mostraba;
en verdes
hojas vi que se tornaban
los cabellos
que el oro escurecían.
De áspera
corteza se cubrían
los tiernos
miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos
pies en tierra se hincaban,
y en
torcidas raíces se volvían.
Aquel que
fue la causa de tal daño,
a fuerza de
llorar, crecer hacía
este árbol
que con lágrimas regaba.
¡Oh
miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con
llorarla crezca cada día
la causa y
la razón porque lloraba!
“A Dafne, huyendo de Apolo”, Francisco de Quevedo
Dafne, que
llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
vos os
volvéis murciégalo sin duda,
pues vais
del sol y de la luz huyendo.
Él os quiere
gozar a lo que entiendo
si os coge
en esta selva tosca y ruda,
su aljaba
suena, está su bolsa muda,
el perro,
pues no ladra, está muriendo.
Buhonero de
signos y planetas,
viene
haciendo ademanes y figuras
cargado de
bochornos y cometas.»
Esto la
dije, y en cortezas duras
de laurel se
ingirió contra sus tretas,
y en escabeche
el sol se quedó a oscuras.
“Apolo siguiendo a Dafne”, Francisco de Quevedo
Bermejazo
platero de las cumbres
a cuya luz
se espulga la canalla:
La ninfa
Dafne, que se afufa y calla,
si la
quieres gozar, paga y no alumbres.
Si quieres
ahorrar de pesadumbres,
ojo del
cielo, trata de compralla:
en confites
gastó Marte la malla,
y la espada
en pasteles y en azumbres.
Volvióse en
bolsa Júpiter severo,
Levantóse
las faldas la doncella
por
recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue
de alguna dueña estrella,
que de
estrella sin dueña no lo infiero:
Febo, pues
eres Sol, sírvete de ella.
"Dafne", Juana Castro
Que tu luz no me busque, Apolo, porque
soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las
ramas,
de mirar en las sombras el cristal
desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de
frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales
tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su
plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y
muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es
espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor
redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada
de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de
polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso
que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne
y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde
duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me
alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi
cabeza.
Comparad a las ninfas |
¿son -tratadas- iguales todas? ¿Qué
óptica diferencia a los autores de Juana Castro?
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