miércoles, 29 de abril de 2020

3. Dafne o el consentimiento


Leed estos poemas sobre Dafne prestando especial atención a cómo se (re)trata a la ninfa.

Apolo y Dafne, Bernini
Soneto XIII, Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!










 “A Dafne, huyendo de Apolo”, Francisco de Quevedo

Apolo y Dafne, Bernini
«Tras vos un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del sol y de la luz huyendo.

Él os quiere gozar a lo que entiendo
si os coge en esta selva tosca y ruda,
su aljaba suena, está su bolsa muda,
el perro, pues no ladra, está muriendo.


Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras
cargado de bochornos y cometas.»

Esto la dije, y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y en escabeche el sol se quedó a oscuras.





 “Apolo siguiendo a Dafne”, Francisco de Quevedo
Apolo y Dafne, Jakob Auer 


Bermejazo platero de las cumbres
a cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Si quieres ahorrar de pesadumbres,
ojo del cielo, trata de compralla:
en confites gastó Marte la malla,
y la espada en pasteles y en azumbres.

Volvióse en bolsa Júpiter severo,
Levantóse las faldas la doncella
por recogerle en lluvia de dinero.

Astucia fue de alguna dueña estrella,
que de estrella sin dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.



"Dafne", Juana Castro

Mujer coronada de laurel, s. XVIII
Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne    
y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.

Comparad a las ninfas
¿son -tratadas- iguales todas? ¿Qué óptica diferencia a los autores de Juana Castro?